1 Reyes 17.17-24
Elías tiene algo que enseñarnos en cuanto a las relaciones con nuestro prójimo. Algunos huéspedes son fáciles de atender. Otros… no tanto. Es presumible que Elías no fuera caprichoso en cuanto a sus comidas, ni exigiera privilegios especiales en la casa… pero aún así este asunto no ha de haber sido muy divertido”.
Porque Elías era un hombre de voluntad fuerte, consagrado a los intereses del Señor, probablemente muy serio.
Cuando la enfermedad entró en la casa, la viuda pensó en Elías, su vasto poder espiritual, su extraña intimidad con Dios. Siempre la había asustado un poco. Ahora lo acusa (18).
El severo profeta se preocupa de ella. ¿Oramos nosotros alguna vez, aun por nuestro amigo más íntimo, con la pasión que Elías puso en su oración por su anfitriona pagana y su hijo (20)?
Acab y Jezabel se hubieran asombrado de ver a Elías estirado sobre el cuerpo de un conciudadano de Jezabel (21).
Todo terminó bien. De su cuarto en la azotea descendieron (19-23) Elías y el niño. No sólo la mujer recuperó a su hijo sino que llegó a confiar en Elías – y en Dios – de una manera nueva y real (24).
¿Qué sucede con nuestros amigos no cristianos? ¿Tal vez somos cristianos pero somos iguales a ellos en todo sentido? ¿Saben que nosotros estamos más cerca de Dios que ellos? ¿Pueden llegar a ellos las bendiciones del Señor por nuestro intermedio? Elías tiene algo que enseñarnos en cuanto a las relaciones con nuestro prójimo.
Para pensar. La viuda sabía que Elías era un hombre de Dios (24). ¿Qué demuestra ese reconocimiento en una mujer extranjera?
Para orar. Señor, concede a tu pueblo oído abierto para escuchar tu clara voz, ojos abiertos para ver cómo estás actuando en el mundo, mente abierta para recibir los dictados de tu Palabra, y sobre todo, haz que la vida toda de cada uno pueda ser de beneficio para los demás.
Elías tiene algo que enseñarnos en cuanto a las relaciones con nuestro prójimo. Algunos huéspedes son fáciles de atender. Otros… no tanto. Es presumible que Elías no fuera caprichoso en cuanto a sus comidas, ni exigiera privilegios especiales en la casa… pero aún así este asunto no ha de haber sido muy divertido”.
Porque Elías era un hombre de voluntad fuerte, consagrado a los intereses del Señor, probablemente muy serio.
Cuando la enfermedad entró en la casa, la viuda pensó en Elías, su vasto poder espiritual, su extraña intimidad con Dios. Siempre la había asustado un poco. Ahora lo acusa (18).
El severo profeta se preocupa de ella. ¿Oramos nosotros alguna vez, aun por nuestro amigo más íntimo, con la pasión que Elías puso en su oración por su anfitriona pagana y su hijo (20)?
Acab y Jezabel se hubieran asombrado de ver a Elías estirado sobre el cuerpo de un conciudadano de Jezabel (21).
Todo terminó bien. De su cuarto en la azotea descendieron (19-23) Elías y el niño. No sólo la mujer recuperó a su hijo sino que llegó a confiar en Elías – y en Dios – de una manera nueva y real (24).
¿Qué sucede con nuestros amigos no cristianos? ¿Tal vez somos cristianos pero somos iguales a ellos en todo sentido? ¿Saben que nosotros estamos más cerca de Dios que ellos? ¿Pueden llegar a ellos las bendiciones del Señor por nuestro intermedio? Elías tiene algo que enseñarnos en cuanto a las relaciones con nuestro prójimo.
Para pensar. La viuda sabía que Elías era un hombre de Dios (24). ¿Qué demuestra ese reconocimiento en una mujer extranjera?
Para orar. Señor, concede a tu pueblo oído abierto para escuchar tu clara voz, ojos abiertos para ver cómo estás actuando en el mundo, mente abierta para recibir los dictados de tu Palabra, y sobre todo, haz que la vida toda de cada uno pueda ser de beneficio para los demás.
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