No hay un lugar, un tiempo, ni una postura “correctas” para orar. Todos los momentos son buenos, todos los lugares son buenos, todas las posturas son buenas. Es tan “correcto” orar en el autobús como antes de acostarse; tan lícito orar de rodillas, como sentado, acostado o de pie; tan necesario orar por la mañana, como por la tarde y la noche.
No hay nada por lo que no podamos orar. Puedes orar ante cualquier situación: si estás nervioso por un examen, preocupado por algo que vaya a suceder; si has tenido una pesadilla, si hay algo que necesites… Dios quiere que compartas con Él lo que hay en tu corazón, sea lo que sea.
Orar no es sólo pedir. Dios quiere escuchar tus peticiones por tus necesidades y por las necesidades de otros, pero no podemos olvidarnos de darle gracias por todo lo que ha hecho por nosotros y de adorarle, de cantarle alabanzas y gozarnos en quién es Él.
Orar no es algo complicado. No hacen falta palabras grandilocuentes ni profundas. Orar es hablar con Dios. Habla con Él como hablas con un amigo. Dios sabe lo que quieres decir aunque no encuentres las palabras adecuadas para hacerlo.
Un creyente que no ora va por la vida como un coche sin gasolina… llega un momento en el que deja de avanzar y se estanca. Ayudemos a nuestros hijos a ser constantes en la oración. No tengas reparo ni vergüenza de orar con ellos, de compartir peticiones de oración, de contestar sus preguntas. Cada minuto que pases en esto, estarás invirtiendo en tu legado espiritual para tus hijos.
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