Sembrando el Mensaje del Salvación para la Cosecha Final!

Que tu sí, sea un sí afirmativo y no un si condicional.

La palabra empeñada de un cristiano debe ser tan  confiable como un documento firmado, rubricado con la huella digital y autenticado ante un notario. Su sí debe ser un sí afirmativo, no uno condicional.
El sí afirmativo, que se escribe con tilde, es el que asevera, y ese es el que debemos usar para confirmar, para asegurar, para certificar que lo que hemos prometido lo cumpliremos pase lo que pase y que la gente con la que nos hemos comprometido puede descansar confiada en que no nos retractaremos al final.
El si condicionl, que se escribe sin tilde, es el que supedita las cosas a eventualidades, que en lugar de confirmar, supedita todo al cumplimiento de ciertos requisitos.
Claro que no es malo en los casos en que se precisa del cumplimiento de obligaciones de la contraparte, como por ejemplo: “Te pagaré si me entregas la mercancía en la fecha exacta. Te compraré si me da una garantía, etc.”
Pero sí es malo dejar el si condicional como una posible excusa: “Vamos a ver si te pago. Si puedo paso por allá a las ocho. Si de pronto me dan ganas te hago el trabajo. Si me animo te ayudo”.
Existe también la costumbre de algunos a agregarle juramentos a sus palabras con el fin de que sus promesas alcancen mayor credibilidad. Pero Jesucristo nos enseñó a no jurar, a no decir que algo lo prometemos por nuestra madre o nuestros hijos; o que si no lo cumplimos que nos parta un rayo; o que si estamos mintiendo que nos trague la tierra.
Esas expresiones están de más, son ociosas y desagradan a Dios. Lo que debemos hacer es ganarnos la fama de ser personas de palabra, que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no. Que la gente confíe plenamente en lo que le hemos prometido sabiendo que no les vamos a quedar mal y que no vamos a inventar disculpas a último momento.
¡Ah pero en mi país nadie cumple su palabra y la gente queda mal! Es lo que arguyen algunos, sin embargo, para un cristiano esa no debe ser una disculpa, porque es precisamente en la oscuridad de su cultura donde su luz de integridad debe brillar.
Si dijimos que a las tres de la tarde estaríamos en un lugar, lleguemos a las tres, no a las tres y cinco. Si dijimos que pagaríamos una cuenta el cinco del próximo mes, no esperemos a que el día siete nos estén llamando a cobrar.
Ya basta de viejos resabios que hacen quedar mal el evangelio de Cristo. Ya basta de que por irresponsabilidad se pierdan negocios, se produzcan despidos o se deje una pésima reputación y luego se le eche la culpa al Diablo por las desgracias. ¡Mostremos integridad!



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